Va de lenguajes.
Resulta que estas vacaciones he tenido la oportunidad de disfrutar de tres espectáculos teatrales en contextos diferentes a los que acostumbro. A mí, que me sacas fuera de mi parcelita y me siento como Cristóbal Colón en el umbral de las Américas, me ha venido de maravilla.
La primera, en pleno Barrio del Carmen en Valencia...
El Teatre Talia apareció ante mí en la última noche que pasaba en la ciudad, de improviso, inesperadamente, como lo hacen todas las grandes historias de amor. En cartel, GGP, obra de Vol & Ras. No conocía a la compañía, pero no pude desoír los sonidos de las trompetas de Jericó. Un recital de Gestos, Muecas y Posturitas se desplegaron ante mis ojos. Al ritmo y soniquete de una conferencia académica, con un crescendo en el momento justo, y con diversos juegos con el público (que no por ser ya conocidos pierden eficacia), disfruté de una gran obra-espectáculo y, de camino, de una pequeña lección sobre el lenguaje corporal y el teatro. Me reí y reflexioné.
Posteriormente, en Campobasso (Italia), asistí a dos obras del Festival Nazionale del Teatro Popolare que allí se realiza cada año.
No es la primera vez que acudo, pero me sigue maravillando ver cómo una asociación de barrio organiza este evento en el que varias compañías del país (sobre todo de la región), acuden y muestran sus trabajos, siempre reivindicando de alguna forma sus tradiciones y cultura. Así, dialectos antiguos, costumbrismo y tradición se mezclan con la comedia para dar lugar a obras muy entretenidas, correctas y estimulantes. No suele ser el tipo de teatro que más me atrae, pero admito que las propuestas son divertidas y me quito el sombrero ante lo que representan, en todos los sentidos. Sin financiación pública y sin ayudas estatales, acristalan sus raíces para que todos podamos verlas.
El público, ese imprescindible componente del proceso teatral, acudió en masa a los tres actos que he mencionado. Su respuesta fue de entrega total, cortés y desesperada, como se arroja al amor una divorciada cuarentona. Las sonrisas despedían la noche, tras disfrutar de las diferentes obras, separadas entre sí por kilómetros de tierra, carne y sangre, y por las diferentes elongaciones lingüísticas que nacieron de una misma matriz.
Así, el lenguaje del cuerpo, el sudor, las miradas, las diferentes lenguas y dialectos, la energía escénica y la química del teatro han demostrado una vez más que no hay barreras que romper, que eso sólo es un concepto que intentan inculcarnos los cobardes que tiemblan ante el poder de la comunicación. No hubo abismos que franquear, no hubo límites que vencer, no hubo problemas que resolver ni diferencias que superar. No hubo fronteras. Sólo teatro.