Esta semana he ganado el concurso semanal que se organiza en la página web: http://extravaganzia.ning.com/
Participo, con desigual suerte, desde hace ya cerca de un año, y debo reconocer que supone todo un aliciente que salpimenta la semana. Las reglas son pocas y sencillas. Los participantes sinceros (espero) y comprometidos. Y hay nivel, ¿eh? Que yo gane es la excepción. Pero qué coño, mola.
Ahí va el cuento:
LA TIENDA DE LA SRTA. PUNCHI
Frente a un tapiz de baldosas rojas y blancas, a la izquierda de una papelera desmochada, justo bajo la luz de la tercera farola, si empiezas a contar desde el principio de la calle, puedes encontrar el negocio de la Srta. Punchi. No tiene rótulo ni nombre, y nadie es capaz de verlo a no ser que lo esté buscando expresamente, sea o no consciente de ello.
En su escaparate se amontonan los más diversos artilugios. Hay tirachinas de chocolate, sombreros de cuello vuelto, bastones de empuñadura invisible, un desatascador cromado, un pato vivo, el pomo de la puerta que abre los sueños, un reloj que desteje el tiempo, las gafas de un enano sabio, las botas de las siete leguas, una colección de enagüillas tejidas por hadas las noches sin luna de abril, libros sin cubierta y cubiertas sin nada en su interior, sortijas de azúcar, diademas de cielo, caftanes de tejidos en movimiento perpetuo y un sinfín de objetos más, todos raros y curiosos.
En el interior, el libertinaje reina en las estanterías. Depósitos de utensilios nuevos, usados o gastados cohabitan en extraño equilibrio, engullendo completamente la atención hasta del cliente más experimentado.
La Srta. Punchi siempre deja que pasen unos minutos antes de carraspear suavemente, atrayendo la mirada del interesado hacia sí misma. Su aspecto es menudo y vivaz. Aunque sea todavía una señorita, se adivina que supera fácilmente el centenar de años. Sus ojillos verdes giran en las cuencas de manera anormal, casi hipnótica, y parecen verlo todo a la vez, incluso dentro de tu propia alma. Cuando habla lo hace con pausa, midiendo las palabras, acariciándolas, casi besándolas. Su voz se mete dentro de ti, deslizándose suavemente por tu oreja, y se enrosca en torno a tu corazón, despertando tus anhelos más profundos.
Da igual el propósito que te haya llevado hasta allí o el objetivo que te hubieras marcado antes de entrar en la tienda. Una vez que ella ha hablado, tu pensamiento se hace esclavo de su poder.
La Srta. Punchi lee algo en tus ojos, escucha con atención las palabras que no dices, veladas entre el discurso balbuciente que haces, y sonríe. Luego, invariablemente, camina con agilidad hacia alguna repisa, abre alguna caja o descorre una cortina, mira en el interior de algún cajón, gira una llave o despega algún sobre, y regresa a tu lado. Cuando te ofrece lo que trae consigo nunca es lo que esperabas. Con frecuencia son objetos rotos o astrosos, de dudosa utilidad y aparentemente poco misterio; pero que algún día, posiblemente, te salvarán la vida.
No obstante, su mercancía más valiosa es la enorme colección de trajes y disfraces que atesora oculta tras un biombo de recargados grabados orientales. Hay allí indumentaria de todo tipo y condición, de gama alta y de baja ralea, estrambóticos y ordinarios. Cualquier cosa que hayas imaginado alguna vez tiene su reflejo en uno de sus disfraces. Si la Srta. Punchi cree que estás preparado, te saca el que mejor te viene. Al ponértelo compruebas que se adapta perfectamente a tu cuerpo, y notas cómo el rol que representa se introduce dentro de ti, a través de los poros de tu piel, y se hace con el control de tus actos.
Cuando sales de la tienda te has fundido de tal manera con el traje que ya no sabes dónde empiezas tú y dónde acaba él. Se ha convertido en ti, y tú te has convertido en él. Sois uno. El auténtico.
Dicen que la Srta. Punchi obtuvo esta colección de disfraces en uno de sus extraordinarios viajes a la frontera entre lo Real y lo Imaginario. Y dicen también que estas telas sacan aquello que siempre habías ocultado a los ojos de los demás, e incluso a ti mismo, y provocan que luzcas como realmente eres, con la máscara de la verdad colocada sobre el rostro hasta el día de tu muerte. Eso dicen. Dicen muchas más cosas de la Srta. Punchi, pero sólo son rumores. En realidad nadie la conoce completamente. Y nadie sabe si ella misma tiene puesto uno de sus mágicos disfraces.
Bien, ese es el relato. Y mi premio, una hermosa vitrina confeccionada para tal ocasión por la "Ama del Calabozo" de la región.
Contemplad y llorad: